lunes, 7 de noviembre de 2011

Vuelve a la libertad.

          Fiesta. Música. Drogas. Sexo. Alcohol. Ella contemplaba aquel local rodeado de chavales que bebían cualquier cosa para meterse en el cuerpo, que bailaban casi arrastrándose por el suelo, que vomitaban, que fumaban, que se lo montaban en la barra del bar... Todo la repugnaba. 
          Lindsay, ése era su nombre, poco común y poco visto en Madrid, como ella, que era prácticamente nadie en esa nueva ciudad. Quizá ni se hubiesen fijado que había salido, pero el humo de los pitillos la ponía enferma y sin intentar por enésima vez encajar, dejó atrás el bakalao, esa peste a cubatas y caminó por las calles desiertas en las que la noche ya se convertía en amanecer. 
          Respiró el aire limpio, dejó que el frío se acoplase en su chaqueta de cuero y que la lluvia empezase a caer suavemente sobre ella. Su cabeza iba a estallar. Parecía que sus neuronas comenzaban a funcionar sin estar eclipsadas por una cortinilla de humo y ruido. Mientras pensaba, se dio cuenta de que no ganaba nada por estar allí sentada mientras que se empapaba, por lo que optó marcharse a casa. 
          Descendiendo por una avenida solitaria, a paso lento, sintió que algo andaba mal, que no encajaba. Puede que fuese una alucinación, pero juraría que vio una sombra tras una farola destartalada. El pánico la inundó y comenzó a correr hacia ningún lugar, sólo correr. Ya sabía qué podía pasar. 
          Se le cortó la respiración al tropezar con el bordillo de una acera y cuando vislumbró a una figura felina que se cernía sobre ella, supo que la historia que comenzó desde ese día terminaría peor de lo que había empezado. 
          Un golpe, dos, tres, y un líquido pegajoso y caliente comenzó a resbalar por su mejilla. Se le nubló la vista y desde ahí, ya no supo cómo fue a parar a una casa sucia que parecía una granja abandonada. 

          Intentó incorporarse, pero antes de caer por el cansancio, pudo ver a un hombre de espaldas. Él se giró. Vestía de negro y su pálido rostro la miró con ferocidad. 
          -Ya estás consciente -dijo él. 
          -¿Qui-quién eres? -tartamudeó con miedo, ya que aún veía borroso, como si sus ojos tuviesen una fina tela de seda blanca. 
          Aquel chico se negó a contestar y ella, en un intento desesperado por adivinar dónde estaba, qué hacía allí, por qué le dolía tanto la cabeza y cómo había logrado llegar hasta esa habitación ruinosa, se levantó y se dirigió enfurecida hasta el cuerpo de donde provenía la voz. 
          -Sabes quién soy, cielito -su voz clara y alta hizo estremecer a la chica. Y, ahora que caía en la cuenta, le resultaba extremadamente familiar. 
          -¿Qué quieres de mí? -ya no dejaría entrever su pánico. Ahora ella se mostraría inescrutable. 
          -Sabes lo que quiero de ti... -murmuró a su oído y tras recibir por respuesta una negación, se dio la vuelta. 
          Un acto poco calculado, demasiado precipitado o quizá, mortífero. Se lanzó hacia el suelo para coger un cristal y ponerse a alarma, dispuesta a atacar, a no dejar que una humillación más fuese la gota que colmaba su tormento. Esta vez lo haría; esta vez lo haré, se dijo. 
          -¿Qué creías que hacías, estúpida? -chilló con irritación el machista.
          De nuevo, los golpes de antaño se repitieron, pero antes de que su ex-novio la maltratase de nuevo, las notas de Violencia Machista sonaron en sus oídos. 
Como cada día, una nueva vejación
Como cada noche, una nueva violación
palabras de amenaza que se pueden consumar
el miedo te enmudece, ya no puedes aguantarlo más 
 
No, ni una más, no te dejes humillar
abandónale, que se pudra en soledad.
Ven, sal de ahí, date una oportunidad
Rompe de una vez las cadenas, ¡vuelve a la libertaaad!
 
          Sin saber de dónde sacó el valor, Lindsay se dijo que no sería ella la nueva violación, que esta vez acabaría con todo lo que la ataba a él, sin que nadie lo supiese. Hoy sería cuando las palabras "ya no encajas en este lugar" se convertirían en falsedades, en puras mentiras que la gente la decía sólo para amedrentarla.   
          Porque sin él y su lenta y agónica tortura, la chica callada y atormentada podría dejar ver cómo es en realidad. Porque hoy aquel hombre recibiría la crueldad con la que la trató y pagaría por cada una de sus lágrimas derramadas, por cada una de esas noches forzadas, por cada uno de los golpes que se había llevado. 
          Agarró el objeto de filo cortante y mientras escupía sangre mezclada con odio, sin pensarlo dos veces más, le clavó en el brazo su arma. Y antes atestarle una raja mortal, se dignó a mirarle una vez más, a mirar a la cara a su ejecutor que le quitó media vida. 
          -Porque el que no encajas aquí, eres tú -le susurró antes de vaticinar la muerte del que fue su verdugo durante muchos, muchos años. 
          La sangré cayó a borbotones de su cuerpo y ella contempló lo que había hecho. Había matado. Pero antes de que toda la culpa cayese sobre ella como una pesada losa de plomo, una vocecilla la susurró:  Has hecho justicia, ahora sólo vuelve a la libertad, sólo vuelve a la libertad que él te robó y ahora te pertenece únicamente a ti.

Este es la segunda historia que ponemos de ejemplo.
Este original que quita el aliento ha sido creado por Drea.
Como no podía ser menos, gana todos los puntos de calificación.
¡¡Felicitaciones!!
 Dama de Tinta

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